La desconfianza de AMLO hacia la reforma electoral aprobada por el Senado y que debatirá la Cámara de Diputados, recuerda el dicho popular que dice “la mula no era arisca”, pues luego de la enorme ingerencia empresarial y de un gobierno del “cambio” que resultó fraudulento en 2006, no basta una “confesión”, un golpe de pecho y una penitencia (reforma electoral), para pensar que las conductas se corregirán. Menos aun si se toma en cuenta que los únicos que se confiesan son los congresistas y que la cúpula empresarial sigue empecinada en reivindicar la sucia estrategia que implementó en 2006, interponiendo amparos en defensa de SU “libertad de expresión”.
La posición reivindicativa de tal reforma asumida por la corriente mayoritaria perredista Nueva Izquierda no extraña, pues hasta muy recientemente (quizás hasta después de las irrefutables evidencias de Mandoki) empezó a reconocer la posibilidad de que en el 2006 hubiera habido fraude, porque en su visión, lo que había determinado los resultados habían sido los “errores” de AMLO y la falta de organización, por lo que la estrategia postectoral del presidente legítimo se le antojaba casi un desvarío o un llamado a la “rebelión”.
AMLO tiene razón cuando dice que una nueva ley electoral, por más que asimile sus demandas como la del “voto por voto”, no es suficiente para restituir la confianza a las instituciones que él mandó “al diablo” y menos en contextos donde la “excelentísima” Suprema Corte de Justicia de la Nación exonera a gañanes. Esta duda, que es una elemental regla del pragmatismo, es ignorada por quienes en el PRD se proclamaban y presumían de “modernidad” pragmática.
Lo que está en el fondo es la capacidad de las instituciones para continuar la transición democrática TRAICIONADA en el 2006, sin cancelar la vía pacífica electoral, ENCRUCIJADA en la que dejó al país en fraude electoral del 2006. La prueba de fuego vendrá hasta el 2012, sobre todo si se considera que la santa alianza fraguada por el PRI y el PAN, está generando procesos de endurecimiento y estancamiento democrático en los estados, donde, como en el 2006, los peores métodos dinosáuricos se regeneran. Aun cuando el “Ocegueragate” esté envuelto en la neblina de las pugnas internas del gobierno, existen muchas otras evidencias que prueban nuestro dicho.
Arturo Zavala Zavala
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