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La erosión cultural

Pat Mooney / Ojarasca La Jornada 24-oct-2000

Una encrucijada planetaria
Podemos resumir el problema central que enfrenta la humanidad con una palabra: erosión --una ecológica y cultural-- que deviene de la transformación tecnológica (no sólo de la biotecnología o la informática, también de la neurociencia o la nanotecnología, entre otras) y de la concentración (corporativa y de clase).
Conforme se erosionan los sistemas que sustentan la vida del planeta (las especies, los suelos, la atmósfera, el agua) el saber indígena que entiende estos sistemas de vida es también destruido. Mientras tanto, se nos dice que la ingeniería genética y la nanotecnología entran al rescate, que manipularán el ambiente y asegurarán nuestra supervivencia. Pero este conocimiento tecnológico podrá rescatarnos, se nos dice, sólo si le otorgamos a las corporaciones multinacionales el control monopólico mediante las patentes que les permitan desarrollar las "tecnologías necesarias".
La privatización --o la patente-- del saber indígena a manos de las corporaciones globales conlleva el peligro de impedir que las comunidades utilicen su saber, además de poderles negar los beneficios que por derecho les corresponden por el uso de su tecnología a nivel mundial. La grave amenaza de erosión de las culturas de los pueblos indígenas a manos de las políticas y las presiones de los gobiernos y las corporaciones no sólo afecta a los innovadores indígenas, sino a todos nosotros.
Un tercio de la masa terrestre de América Latina ya no aloja pueblos que hablen una lengua indígena. Esto significa que ha desaparecido esa ciencia y esa información eco-sensible de cómo cuidar dicha área. El mundo ya no sabe cómo cultivar y velar por esas tierras. Los secretos farmacéuticos y alimentarios contenidos en la flora, la fauna y el firmamento de esas tierras está perdido y quizá nunca lo recobremos. En el siglo xx las lenguas del mundo disminuyeron de 10 mil a 6 mil. La mitad de los lenguajes restantes no se enseñan a los niños, de tal suerte que pueden perderse en una generación. Lo que estamos perdiendo es conocimiento crucial para la supervivencia de los pobres y para el mantenimiento del planeta. Esto no es algo curioso ni frívolo. Nuestra generación es la primera en la historia del mundo que perderá más saber que el que construye. La erosión de las culturas es una amenaza mayor que la biopiratería, pero va asociada a ésta.


Los gigantes genéticos
Hoy, media docena de empresas globales domina las tecnologías de biomateriales o relacionadas con la vida. En los últimos 25 años los fabricantes globales de pesticidas se tragaron a las compañías de semillas enfocadas al uso familiar más tradicional. Estas enormes empresas de plaguicidas fueron devoradas a su vez por la elefantiásica industria farmacéutica que engulló también a las empresas de medicina veterinaria. Hoy la biotecnología agrícola está en manos de un puñado de mega empresas que actúan en esos cuatro rubros (semillas, agroquímicos, farmacéutica y veterinaria): Syngenta (fusión de Novartis y AstraZeneca), Pharmacia (fusión de Monsanto, Pharmacia & Upjohn), DuPont, y Advanta (fusión de Hoeschst y Rhone-Poulenc). Si miramos el espectro completo de corporaciones internacionales involucradas en el manejo de la vida, encontraremos que las diez más grandes son en gran medida las mismas compañías vistas en diferentes segmentos de su quehacer industrial. Incluso las fusiones industriales importantes de hoy podrían poner en manos de una media docena de firmas toda la industria relacionada con biomateriales (incluidas aquellas que dependen de procesos biológicos). Anticipamos que todas las compañías vinculadas a la salud y la alimentación se fusionarán por completo en integraciones verticales y horizontales y que finalmente serán dominadas por grandes instituciones financieras, tales como las aseguradoras.
Las nuevas tecnologías --las nanotecnologías, que desplazan el proceso manufacturero hasta los niveles de las estructuras genéticas o moleculares-- traerán consigo profundos cambios en el control de la economía mundial en el lapso de diez años.
Las cien compañías más importantes del mundo controlan cerca del 80 por ciento de la productividad industrial. Las corporaciones globales controlan 90 por ciento de la propiedad intelectual de alta tecnología. El 70 por ciento de las tecnologías patentadas están hoy controladas al interior de la matriz y sus subsidiarias.
La biotecnología y la nanotecnología fusionarán compañías que controlarán las tecnologías necesarias para manipular la materia viva y toda la materia. Es difícil imaginar un control más total que éste.

Las alternativas visibles
Debemos trabajar, por ejemplo, en hacer que el sector público internacional rinda más cuentas. En contra de su voluntad están en peligro de convertirse, o ya son, caballos de Troya que trabajan a favor del gobierno de Estados Unidos o las corporaciones estadunidenses. El CIMMYT (Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo), aquí en México, corre el riesgo de adoptar políticas relacionadas a la propiedad intelectual que de facto replican las leyes de patente de los países industrializados y que imponen tales leyes en países que tienen el derecho soberano --el derecho humano-- de rechazarlas.
De ser necesario, habremos de llevar ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas a la ciencia pública internacional para garantizar que su trabajo se mantenga en el dominio público y que rinda cuentas a los pobres a los que debería servir. La Declaración Universal de los Derechos Humanos y sus protecciones relacionadas nos brindan la oportunidad legal de luchar contra el monopolio corporativo y proteger el interés público.
El punto de la privatización y el control de la vida debe ser debatido al más alto nivel de legalidad. Los gobiernos del Sur y las agencias de Naciones Unidas como la FAO, deben buscar la opinión admonitoria de la Corte Internacional de Justicia de modo que clarifiquen algunos aspectos que giran en torno a la patente de la vida y la piratería del saber indígena.
Más allá de la complejidad de los procesos legales, el debate político sobre la propiedad, el control y la seguridad deben ser parte de la agenda de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Necesitamos una sesión especial que aborde los puntos de Sociedad, Ciencia e Innovación para confrontar a las corporaciones en cuanto al control de las tecnologías y los mercados.

La resistencia
Existen algunas victorias recientes, y puede haber más. Los centros de megadiversidad como México y Los Andes, son, por supuesto, centros de biopiratería. Pero la resistencia mexicana y andina está inspirándonos al resto. Cuando el gobierno de Estados Unidos solicitó la patente de una cadena celular --el arreglo genético completo-- de una mujer guaymí de Panamá, los guaymí volaron a la sede del GATT en Ginebra, confrontaron a los Estados Unidos y forzaron a su gobierno a revertir la patente. Cuando la Universidad de Colorado patentó el futuro de las 54 variantes de la quina de Los Andes, los agricultores de quina volaron a Nueva York y plantearon el punto en la Asamblea General de Naciones Unidas. La Universidad reculó. Cuando un científico estadunidense patentó la ayahuasca --una planta sagrada para muchos pueblos de la Amazonia--, la gente lo llevó a corte y forzó a la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de Estados Unidos a repudiar esta patente. Los campesinos mexicanos están a punto de derrotar a la compañía estadunidense que reclama la patente del frijol canario.
Los pueblos de Chiapas prevalecerán contra los biopiratas. Puede llevar tiempo --y es seguro que tendrán que luchar sin el apoyo del gobierno mexicano, que parece temeroso de defender la soberanía, pero ganarán. En todos los casos, son las propias organizaciones indígenas y sociales las que se han movilizado. Soy optimista, sé que esto es un defecto genético. Monsanto ya me ofreció una terapia genética, pero continuaré creyendo en que por más negro y alarmante que parezca el presente, construiremos un futuro brillante.

Entrevista: Andrés Barreda y Ramón Vera Herrera

Pat Mooney es director de la Fundación Internacional para el Progreso Rural (RAFI por sus siglas en inglés,) una organización que está en la línea frontal en la lucha contra la expansión de transgénicos en el mundo y contra la patente de cualquier forma de vida o de cualquier parte del proceso biológico en el mundo.
Recibió el Right Livelihood Award (llamado Premio Nobel Alternativo) en 1985.

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